Monday, August 18, 2008

Pardo.

El que responde es porque no tiene un perro femenino, como el que tenía él.
El día que el perro femenino decidió enamorarse y parirle deseos a la vida, ese mismo día
germinó el suicidio de un cuento desesperado.
Se quedó sin el apodo porque a ella le entregó lo único que podía regalarse con nombre propio: El honor a la fidelidad de traspasar los 3 metros bajo tierra inventándose cosas que la recordaran,
para no sentir que el hueco donde tuviera espacio
se estuviera llenando con otras de esas cosas
que vacías,
tapan las apariencias.
Pienso yo.
Mientras tanto.

Cuando se fue Carmela, se fue Colón a descubrir América, matando la inocencia del sin nombre,
en creer que aún podía quererse como los indios,
con mano en alma, y alma en corazón sin razón.
Pensó que era un asunto legal, ir a denunciarla con el juez,
porque si que se fue, pero nunca recogió su aroma,
ni los pelos que regados en el sofá
hacían parecer que de llorar;
viendo esos muñequitos estúpidos que hacen para niños que sólo lo disfrutan los perros (porque no pueden quejarse)
se deleitaba en voz alta un cualquier vecino
recitando un poema que no le hace honor a lo que verdaderamente hace estremecer.

Pero el cuento comienza cuando se termina de ahogar su corazón.
Con las ganas de los cuentos a la mitad,
con Carmela, y sus ladridos a medio pulmón,
para no dañar sus bronquios de algodón.
Insinuándose la esposa de la casa,
porque el que había perdido hasta el nombre,
sólo comulgaba con los ojos de ese su perro femenino,
que le recordaba que el amor extrovertido
de todo lo que por miedo nunca hizo,
podía depositarlo en ella.

Yo que pensé que cuando las cosas se iban, se perdían para siempre
y la razón se quedaba sin sazonar.
En un mapa de esos raros que semi doblado, no parecen de la línea del tren,
en una metrocard que ahora desperdicia los .50 centavos del winter fresh,
en la servilleta que enjuaga dos lágrimas que jamás hubiesen querido toparse a tomar café,
para despedirse,
para intentar cerrar un ciclo que apenas comenzaba a destruirse.
Y ahí estuvo Carmela,
de testigo como si su presencia fuera la firma
que cambiaría el destino.

Pero lo que pasó con Carmela fue que nunca pudo despedirse.
Era díficil peliar con la comodidad espiritual que le daba un ser ajeno a su raza,
porque aún en su especie era raro de encontrar.
Carmela se acostumbró a la buena vida de un perro femenino.
Siestas con almohada de color,
conversaciones sin necesidad de opinión,
charlas con el espejo a la hora de decidir que ropa le combinaba mejor.
Y ella, lúcida y callada
sólo le quedaba observar.

Pero lo que fácil llega, fácil que duele más.
Porque el se quedó más que solo,
en la soledad que se hace innecesaria
para ni tener que pedir ni dar las explicaciones de lugar.
Con la soledad de una perra que no le parecía atractiva,
pero con la recomendación del pasar por GO 300 veces y cobrar sus $200
porque se la había regalado ella.
Ella
la mujer que había muerto
porque había matado la mirada del sin nombre que quería respirar vivo por ella.
Con el recuerdo de un amor que se fue con la inconstancia,
con la rutina de llegar y encontrarla sentada en la misma esquina de siempre.
A Carmela,
porque le recordaba...

Carmela se fue porque no pudo quedarse.
Carmela era ese perro femenino,
el sofá viejo pidiendo abrigo,
un televisor que se observaba solo,
frente a la nevera llena de papelitos con tareas que realizar,
y platos sucios que gritaban con ansiedad una limpieza regresiva,
pero más que de su superficie,
de sus almas.
La habitación llena de abismos,
pintando la cara hegemónica de alguien que muy solo,
pintaba para no querer ser pintor
y no tener el compromiso de vender sus cuadros con derecho a devolución.

Porque nadie ha pensado que morir no significa dejar de existir.
Se muere uno cuando apenas mata lo que cree que no existe,
lo que a estas alturas todavía se le llama despecho,
con un pecho que es el que realmente sufre,
y coge antihistamínicos ni Cofalito del suave.

Carmela se fue porque decidió contarle a la vida sus amoríos,
y sus relaciones no fructíferas
con el pasado del hombre aquel que pesaba más que el amor propio que el se pudiera tener.
Carmela se fue porque se cansó de vivir la rutina que no le correspondía,
calendario que el hombre aquel no decidía disfrutar,
porque no tenía sentido desempeñar el papel antagónico de una novela que sin final,
había vendido las 600 mil copias en la puesta en circulación de una memoria
que no sabía contar.

Porque Carmela murió, pero nunca se fue de la mancha al lado del sillón.
La televisión ya no hacía eco en emulsión
de las cosas que alguna vez lo ponían al menos a llorar.
Porque el ya no lloraba.
Su alma,
que multiplicada en tres
se había partido sin derecho a reparo,
y el pegamento universal ya no hacía juicio a su comercial.
Y yo creo que eso era lo que le molestaba.

Como cuando te fuiste tú y ya no me acuerdo.
Porque él como Carmela,
yo como narradora sin experiencia,
no caemos en cuenta que amar no significa tiempo,
ni lugares concurridos,
ni parques que se cantan y se lloran con el tráfico de gente,
ni la risa de un niño,
ni la rebaja por temporada de tiendas que ansían con delirio vaciar sus cajas.
Porque amar eres tú,
y lo que significa caminar con los zapatos apretados
porque sé que aún así
voy a tener las mismas ganas de verte.
Amarte es copiar un poema defasado
y dedicártelo para ver tu cara de inerte,
Amar es esto de inventarme lo de Carmela,
y el hombre que no sé si tenga dientes
para volver a pensar en tí
pero que de tal forma no parezca.

Para que vuelvas a pensarme dos veces,
y así de tu boca salga mi nombre a caminar,
como si hubieras digerido mi lengua en altamar,
y te enamores de nuevo,
sin el sentido de la espera...
Porque todavía te amo en el mismo invierno que encierra este verano.
Donde te conocí.
Frío;
porque se calienta con aquellas manos que alguna
de a una vez vieron la televisión…
Y se me ocurrió dedicarte este disparate sin emoción...

Porque este cuento te recuerda.
Porque lo hace mi corazón que sufriendo de nostalgia sobria,
se acaba de emborrachar conmemorándote.




MT//



mood: Con la vida y su dolor de cabeza...
listening to: your voice in my memory.

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