Tuesday, April 01, 2008

Contingencia.



Yo parece que mandé mi razón al colmado,
que la edad me está entrando por la puerta de atrás,
y en mi cabeza se va la luz de vez en cuando.

Me siento como el niño que le han puesto hora para jugar con su juguete nuevo,
como el empleado de un trabajo obligatorio que acepta su cheque de cobro porque después de todo cumple un horario.
Como la gente que no sueña nada,
pero por falta de desición, no de sueños que se acuesten en la cama.

Yo sé que para mí las cosas siempre terminan encajando forzadamente,
porque aún sabiendo que pieza le falta al rompecabezas,
me gusta tratar de buscar la alternativa de poder poner esa misma pieza
sin que se note que alguna vez haya faltado.
Mi manía de querer resolverlo todo con poco,
cuando aún el mucho no es suficiente.
Mi deseo de vivir pensando que puedo luchar sola contra lo que no tengo control,
mi necesidad de envolverme en situaciones que al final de cuentas sólo llegan a momentos con el efecto de las flores,
que no adornan pero recuerdan
cuando las cosas han pasado a mejor vida sin uno percatarse.

Sé también que la vida no viene con garantía en el recibo,
que todo lo que nos pasa, nos pasa y punto,
y que la mayoría de las veces no las evitamos por ese deseo cabrón de aprenderse uno de memoria la moraleja,
o en mi caso de encontrar la respuesta correcta que casi siempre es al jaque mate.

No hay respuesta, ni repuesta.
Lo que se rompe intencionalmente no tiene arreglo.
Si se cae de la mesa, la gravedad no le permite irse al subsuelo,
a menos que después del corazón haya otro órgano capaz y en condición de aguantar tanto.

Yo estoy rota.
Bien rota.
Nunca me había puesto a pensar en las pequeñas cosas que a diario me devuelven la vida,
y hoy tratando de hacerlo, no se me ocurrió nada, y me dió mucho miedo,
del que no pasa por el colador.
Por eso sé que ya estoy insensible al dolor,
a estas palabras que no tienen intención de decir nada,
engañándome a mí misma para creer que por lo menos conmigo puedo practicar.

Esto es una de esas cosas que escribo para sentirme útil,
aunque sea para acordarle a mi entereza de que cuando las cosas están mal,
podrían estar yendo peor y lo peor de todo es que lo siento con los ojos abiertos.

Soy muy incoforme, aunque diga tener fé.
A veces creo que mi sistema vino con ella integrada, pero sin el interruptor,
porque aunque tenga timbre y alarma,
casi siempre está apagada.
Es que son esas pequeñas cosas las que tanto me hacen falta,
y ahora mismo no puedo enlistarlas,
porque es verdad que ya no siento nada.

Ya dije que estoy rota,
porque en español duele más.
Porque el mismo amor en español no viene con eje de arranque,
ni con compartimiento para engrase.
Todo es “a lo que vinimos y que te duela”
aunque muchas veces esa sinceridad la quisiera de entrada.

Aunque dejo todo para última hora,
nunca he podido comprender como la trivialidad del ser humano no la digiero con el lugar que le corresponde,
del por qué no puedo entender que las estrellas sí salen todos los días,
y no precisamente para cumplir con su propósito.

He entendido que hay mucha gente que llega a tu vida con el mismo propósito de esas estrellas.
Lo que nunca he podido comprender es con que aparato podría ser eso medible.
Como diferenciar intención de condición y sus diferentes consonantes,
que las hacen iguales, pero buena o mala, y en su defecto egoístas las dos.

Ayer me hicieron ver que soy ingenua,
aunque no me lo creyera(n).
Siempre he estado dispuesta a partirme la boca para defender y decir lo que siento,
pero a falta de la libertad que alguna vez profesaba mi corazón, opté por quedarme callada.
Considerando que por más que haga preguntas y tenga la certeza de que algún día el Kapicúa 25 lo pondré yo,
nunca voy a sazonar esas respuestas con lo que ahora mismo mis ganas;
y la razón que se fue para el colmado,
están sintiendo.

Nunca me había enamorado.
Uno no sabe lo que es hasta que se transforma en lo que no es
para ser en el intento
algo que se parezca al amor que uno engendra por dentro,
sin preguntarle a nadie o al tiempo.
Por esas cosas en común, y echarle la culpa por completo,
que si la música y las películas en estreno,
que si la comida china y el protagonista de alguno que otro cuento…

Pero sí…
Me enamoré sin preguntarle a nadie.
Olvidándome de mí y de las cosas que alguna vez cantaban para nadie.
Con ese deseo perfecto de volar con los pies en el suelo,
de darle la vuelta al mundo en 79 días,
y el que sobraba, que ahora me falta,
construírlo sólo para tí.

Pero es que yo sueño mucho y se me olvida cerrar los ojos.
Y me lo creo todo aún cuando quizás sea verdad.
No sé si sea culpa del mundo de cristal que construyeron mis 24 años en agradecimiento para mí,
o si realmente no hay razón alguna para poner en duda que todo pasa por la necesidad
que tiene la vida de hacer su papel,
y hacerlo bien,
aunque las circunstancias me indiquen lo contrario.

Estoy más que triste, vacía.
Inmóvil porque aunque sé que algún día muerta estaré bien,
no me gustaría pensar que en un futuro ya no voy a tener ganas de sentir nada, como ahora.
Que son como los tropezones que te pasan porque sí,
y que con esos no vale escudo,
porque después que te ganan,
te abandonan a tu suerte
porque si son parte de la realidad,
y tienes que aprendértelo como los números del cien,
o de la cien quizás.

Pero no es cuestión de abandono.
Cada quien está solo en convicción y acción.
La decision siempre nos gana, aunque en nuestras manos esté mover la cabeza para decir que sí o que no;
aunque estemos en discusión con la naranja para hacerla entender que no siempre se necesita otra mitad
para entender que uno tiene la capacidad de amar multiplicando sólo por uno,
sumando con dos.
Lo que verdaderamente duele es cuando uno cree que puede enseñarle a volar a alguien,
aunque yo no quiera que todo esto se resuma a que estoy triste porque perdí amor.

He perdido el valor para enfrentarme a los retos,
a los estrallones que me dicen que me vuelva a parar porque ahora es que falta fiesta,
a mí,
a la sensación de vivir con la idea para afuera,
y no con el corazón adentro.

Una vida que tiene hambre.
La mía que no se llena con las casualidades
y que aborrece las coincidencias de un “vamos a ver que pasará”…
Hambre de experimentar el libertinaje para simplemente vivir
y que todo lo demás sea sólo el inmueble que lo adorna.
Vivir para demostrarle a mis 24 años que yo puedo sola,
cuando verdaderamente solos están todos mis años.

Pero no es así.
Estas ganas de ahorcar el sentimiento,
de sacarme viva el alma y si es posible vendérsela al que la pague más barata,
si de esa forma podría volver a empezar donde llueve para todos,
y la sombrilla se pasea pícara con tacones blancos y piel de ruiseñor,
para acordarnos que alguna vez ha existido;
como este amor que no me presta ni un pincho
y me ha quitado todo el dinero que nunca he tenido…

Es difícil decir adiós cuando no se puede uno sacar el alma y convertirla en algodón para que no sufra.
Es todavía más triste pensar que no queda de otra,
cuando en el fondo no es el amor que llora,
sinó el sentimiento de impotencia
que no quiere suicidarse pero tampoco quiere vivir en ausencia…
Soñando en lo que fué el sueño perfecto…
Perfecto porque alguna vez estuve donde estuviste
y no me fijé que sólo y sola
estaba yo…

Lo que otra vez quisiera ser…





MT//



mood: lost.
listening to: Alejandro Filio- Más de lo nuestro.mp3

No comments:

 
Clicky Web Analytics